Hora en mi mundo

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San José, San José, Costa Rica
Escritor aspirante, Estudiante de inglés, Viajero en el velero de la vida

martes, 11 de noviembre de 2008

Una crítica y un cuento de Númenor - mientras viva el árbol blanco

Dado que la fecha del festival de la Sociedad de Tolkien de Costa Rica coincidia con mi semana festiva, decidi involucrarme de lleno en la celebración de los seguidores costarricenses de uno de los mejores escritores que ha exisitido. Uno de los concursos consistia en enviar un cuento de una extensión mediocre adaptado a la Tierra Media y a la cosmología de Tolkien. Debido a que sólo nos inscribimos dos participantes, el concurso se declaro desierto. Mis amigos me han indicado que me lo estoy tomando muy a pecho pero ¿no son dos trabajos suficientes para declarar un ganador? ¿Cuantos más esperaban recibir en un país de sequía de creatividad? En todo caso, ya que el festival tuvo poco que ofrecer (excluyendo los conciertos, el ambiente moría) y que puse mi empeño en redactar este cuento, deseo publicarlo acá como medio catártico de liberación y a la espera de que alguien se entretenga leyéndolo. El único problema es que para entenderlo, se necesita la previa lectura del Silmarillion.


Mientras Viva el Árbol Blanco


La columna del humo negro de la muerte se aparecía de nuevo en el horizonte con el fuego del sacrificio a sus pies; el punto más alto de la ciudad ardía abrasado por un infierno comparable al desastre causado cada atardecer por las águilas de Manwë. El mundo estaba por cambiar.

Levanté mi mirada a la colina de Armenelos y tras ver a un tropel de soldados excitados corriendo en estampida hacia el este de la ciudad, mi corazón supo inmediatamente que el momento de nuestra huída había llegado.
- ¡Hacia los barcos! - ordenó el Isildur con su tono de voz semejante al sonido del cuerno.

La pequeña multitud de hombres fieles a su alrededor no tardó en acatar el mandato y se apresuraron a correr ciudad abajo. No obstante yo, absorto en las visiones de rojo fulgor y cenizas que iluminaban lánguidamente el rostro del descendiente de Elros, no pude moverme. Ahí estaba el capitán Númenóreano de alta estatura ondeando su espada en lo alto con su mano derecha y sosteniendo el contenedor con el vástago de Nimloth, el árbol blanco, con su izquierda. Se mostraba con un brío inagotable y semblante impasible a pesar de su turbación: el humo del templo coronado en plata anunciaba la inmolación del amado Elendil. Yo conocía el dolor de la pérdida de seres amados en aquella época oscura; la persecución de opositores del culto de Morgoth había llevado a mi padre y hermanos a desfilar colina arriba hasta llegar al terrible ritual de sacrificio a manos del mismo Sauron.

- ¡Vive la casa de Amandil por siempre! - le grité desde mi ubicación al otro lado de un callejón y no pude evitar acercármele con grandes zancadas por entre los ciudadanos en movimiento - ¡Sirva mi espada al único heredero de la corona alada! - exclamé con una sencilla hoja metálica en el aire mientras las lágrimas anegaban mis ojos antes de impactar de lleno el suelo adoquinado.

Isildur dirigió su atención hacia mí y realizó un escrutinio de mis ojos. Podría haberme reprendido por lo inútil de mi acción. ¿En que ayudaba mi manifestación de sentimientos en aquel momento de apuro? No obstante aquel señor de linaje real, haciendo muestra de su afamada mansedumbre, extendió el pequeño retoño del árbol de los reyes hacia mí y me habló con la calidez de la estrella del día.

"Nos extiendan su gracia los Valar en esto: en que, si hoy salimos con vida, haya siempre entre los hombres un líder de la casa de Elros quien preserve la valía de los hijos de Ilúvatar, otro hombre dispuesto a alzarse en armas por el bien de sus hermanos y un árbol de Nimloth el bello floreciendo incorrupto en lo alto de la ciudad".

Mi pecho se inflamó con la brasa de la justicia y mi sollozo se detuvo de inmediato. Ciertamente la pérdida de héroes no implicaba el fin de los hombres valerosos bajo la estrella de Eärendil. Después de todo, vivía aun el árbol blanco y quizá alguna esperanza de un futuro brillante para los Númenóreanos.

Un fuerte y sonoro viento comenzó a impulsarnos hacia los puertos y el dosel negruzco del atardecer se cernió sobre nosotros. Isildur me hizo una seña y con prontitud reanudó su marcha hacia el este. Yo lo seguía a tan solo unos pasos, preocupado al ver como la borrasca emergente comenzaba a azotar el frágil tallo del níveo árbol. Las capas azul y plata se arrebolaban en ocasiones por encima de nuestro dificultándonos la avanzada, pero no contábamos con tiempo para contemplaciones mínimas ahora que la estridente marcha de los guardias de Ar-Pharazôn parecía darnos alcance. Sin duda Sauron se había extasiado con la sangre de Elendil y pedía, por placer desenfrenado, la muerte del resto de sus seguidores. O al menos eso creía yo al sentir el crujir de las botas enemigas casi pisándome los talones.

Más de una vez en la distancia de varios kilómetros hasta Rómenna, nuestra compañía se abrió paso por entre los sirvientes del señor oscuro con la fuerza de las espadas. Nuestra marcha iba dejando a su paso algunos cuerpos sin vida tendidos en las avenidas de la ínsula, tanto de nuestro bando como del de ellos. Yo ya me empezaba a sentir agotado por la carrera, no obstante parecía recibir fuerzas de la imagen del retoño blanco de Nimloth en brazos de mi capitán. Conforme los trechos se estrechaban hacia los puertos, el fragor de la batalla se percibía en las alamedas vecinas; la compañía de Anárion nos había alcanzado y la moral del grupo subió al topar con tales refuerzos. Una vez más se escuchó el chasquido de los hierros de los herederos de Elendil y terminó por caer el último de los sirvientes de Sauron que nos daban cacería.

Los hermanos, sin detenerse, tuvieron un instante de conversación entre ellos y el rostro de Isildur se tornó radiante de inmediato. Nos mandaron nuevamente a abordar los navíos y entendí la alegría de mi capitán al observar entre los hombres fieles a Elendil, comandando su gente e izando las velas de su nave. ¡Había escapado! Entonces abordé uno de los nueve barcos y tras mucho tiempo de sufrir penurias me embargó el gozo y no pude evitar el llanto de alegría. Isildur, quien ahora timoneaba el barco con Nimloth siempre cerca de su corazón, tenía razón. La esperanza no estaría perdida mientras estuviese en pie un descendiente de Elros. Númenor estaría viva mientras existieran hombres justos. A donde quiera que fuésemos, siempre tendríamos la esperanza de días mejores....mientras viva el árbol blanco.